La postura del proyecto busca revalorizar las prácticas de la Escuela Quiteña, para ello se implanta en un punto neurálgico que permite una cohesión de la comunidad, reconociendo la labor de los artistas y brindando un nuevo espacio donde desarrollar sus actividades que a su vez vincule a los ciudadanos a la situación natural del entorno del Centro Histórico de Quito El espacio en particular se manifiesta como una problemática, planteando al proyecto como una ruina temporal, en la cual se organiza el programa espacial a través del aprendizaje, articulado entre artista, aprendiz y espectador. Esta condición de ruina, motiva una lógica de implantación de piezas dispersas a las cuales se le atribuyen estrategias para los espacios que permitan un intercambio de conocimientos dinámico, talleres de oficios y zonas de exhibición La ruina se transforma, reutilizando su estructura y siendo guía para la composición futura. Pensando en el concepto de ver y ser visto, se plantean vacíos entre medianeras que permitirán al usuario dotarse de diferentes perspectivas para admirar las obras. El proyecto se transforma en un espacio más allá del tiempo, en donde las tradiciones de la escuela quiteña no se tornan caducas.